miércoles, 26 de agosto de 2015

5 tips para que pongas a valer tu cuenta Twitter



Tip 1: Añada una imagen a sus tweets

Una imagen vale más que mil palabras. Sobre este refrán popular escribimos en un artículo pasado, pero es tan importante que es necesario repetir el consejo: Acompañe a sus tweets con imágenes relacionadas con el tema del que se está hablando.


Tip 2: Etiquetar (tag) a las personas en sus fotos

Twitter permite etiquetar (tag) hasta 10 personas por foto, y lo más interesante, es que el etiquetado no afecta el conteo de caracteres del tweet; es decir, no le consumirán ninguno de los 140 caracteres. Las personas que Ud. etiquete recibirán una notificación, lo que incrementará la interacción con sus seguidores. (Solo disponible para iphone).

Tip 3: Repita sus tweets

No tenga problemas en repetir sus tweets. Nosotros lo hacemos en nuestra cuenta @3punto0 para lograr que una cantidad mayor de personas lean nuestros artículos de este blog. Recuerde que sus seguidores reciben una gran cantidad de tweets por día, por lo que es aconsejable que envíe un tweet con el mismo contenido varias veces por día para que pueda ser visto por diversos seguidores que entran a Twitter a diferentes horas en el día.

Tip 4: Domine cómo citar a las personas

No muchas personas saben diferenciar quien puede leer sus tweets cuando citan o responden a un usuario en particular.

Por ejemplo, si queremos responder a un usuario, o simplemente comunicarnos con él, probablamente escribamos un tweet de esta forma:

Forma 1: “@3punto0 a qué hora es que dictarán el Taller sobre Uso Avanzado de Twitter?”
Note que este tweet comienza con un nombre de usuario, ese es la sintaxis de un tweet de respuesta y lo podrán leer el usuario citado y los seguidores que sigan a las dos cuentas (es decir, que lo sigan a Ud. y a @3punto0). Si alguno de los que pueden leer el tweet decide dar un RT, entonces, y solo entonces, más personas podrán leerlo y se empezará a difundir su contenido, pudiendo convertirse en virulento.

Forma 2: “.@3punto0 a qué hora es que dictarán el Taller sobre Uso Avanzado de Twitter?” Note que este tweet comienza con un punto, podría haberse usado cualquier caracter, pero el punto es el más popular. En este caso todos sus seguidores podrán verlo y les será fácil intuir que es una respuesta que se le está dando a @3punto0, pero que queremos que todos lo vean.

Forma 3: “A qué hora es que dictarán el Taller sobre Uso Avanzado de Twitter?”
Note que no hay nombre de usuario en el tweet que todos sus seguidores podrán ver, pero que no se sabrá a quien va dirigido; por lo tanto, parecerá un tweet sin sentido y nadie le entenderá lo que quiso decir.


Tip 5: Active las notificaciones de Twitter

En este último consejo, le recomendamos que active las notificaciones en Twitter para que así pueda recibir un correo electrónico cuando cosas importantes sucedan como: que alguien le de un RT a un tweet suyo, o que alguien nuevo le siga.

Para activarlo solo tiene que entrar a su cuenta Twitter, ir al menú de configuración en su perfil y seleccionar la opción “Notificaciones por correo”.


Fuente:
@alopezderamos, alopez@zona3punto0.com
@3punto0, http://www.zona3punto0.com

lunes, 24 de agosto de 2015

Poesía felina I





Tejere una nueva piel para ti
de espalda y boca abajo
sumergido en tus provincias doradas
volcán de sensaciones.

Te abríre la blusa
degustare tus higos
seré el peregrino de tu piel
trasnfigurando deseos por realidad.

Recuerdo
tus piernas en mi cuello
tu sexo grabado sobre el texto
poesía felina
breve y desnuda.

Cenizas de lujuria
derramadas sobre el fuego
del preciso instaste de volverse uno
juntos somos una isla que arde
en la oscuridad de una noche sin luna.


miércoles, 19 de agosto de 2015

CÓMO SE EDITA UN TEXTO: LAS CINCO REGLAS DE BOTSFORD

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo.

Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre.

Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba.

Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué.

Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera fila pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda línea y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar una mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición.

Regla general n.º1:
Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café.

Regla general nº 2:
Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa.

Regla general nº 3:
Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores».      

Regla general nº 4:
Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura.

Regla general nº 5:
Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista.


Fuente:
[Gardner Botsford fue editor de The New Yorker. En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas reglas para editar un texto.] / Daniel Gascón / gascondaniel



lunes, 17 de agosto de 2015

La perversión detrás de los cuentos infantiles

Todos crecimos escuchando, leyendo o viendo en pantalla cuentos infantiles: “Cenicienta”, “Caperucita Roja”, “El Gato con Botas”, “Pulgarcito”, “Blancanieves”, “Barba Azul”, “Las habichuelas mágicas”, “Jack el Cazagigantes”, “Rapunzel”, “Hansel” y “Gretel”. Esas historias con final feliz tienen también un origen y un pasado, un contexto en el cual tenían otro sentido para quienes los narraban y aquellos que los escuchaban: los campesinos analfabetos y paupérrimos de Francia, principalmente.

La historia no es sólo una serie de sucesos políticos, de grandes acontecimientos o de hazañas épicas. Es posible adentrarse en otros aspectos profundos de la historia, lejos de las intrigas palaciegas y las decisiones de Estado, en las cuales evidentemente la “gente común” no participaba. ¿Cómo entonces, penetrar en la mente colectiv a de esas personas, sin rostro, sin nombre, que habitaron hace siglos y que no dejaron un testimonio de su puño y letra? ¿Cómo conocer los códigos, v alores y símbolos de una época? Eso no es posible descubrirlo en los tratados de paz, ni en las declaraciones de guerra, de independencia o en las constituciones.



Los cuentos “infantiles” que han llegado a nuestros días han pasado por filtros, modificaciones y “maquillajes” para adaptarlos al gusto de distintas épocas, como lo hicieron en su tiempo Charles Perrault, los hermanos Grimm y Walt Disney .



En efecto, los cuentos son documentos históricos. Han evolucionado durante muchos siglos y se han modificado en distintos contex tos culturales. Tomemos como ejemplo una versión que antecede al cuento de “Caperucita Roja” no apta para niños hoy en día.

Caperucita Roja
Una chiquilla es enviada por su madre para llevar a su abuela pan y leche, el lobo la intercepta en el camino, averigua su destino y llega antes que la niña, se disfraza y se mete a la cama de la abuelita. Hasta ahí la historia no ofrece nada peculiar en contraste con la versión que conocemos.

Aquí llega la diferencia:
El lobo mata a la abuelita, pone su sangre en una botella, rebana la carne, la acomoda en un platón y se la da a comer a la niña para después hacer que se desnude y finalmente, comérsela. No diríamos que es un cuento para niños. Tan sólo en Francia, se han rastreado aproximadamente 35 versiones del cuento de esta niña, en algunas aparece la caperuza, en más de la mitad de esas v ersiones es devorada por el lobo y en algunas más logra escapar mediante alguna artimaña.

Madrastras
Por otra parte, casi la mitad de los franceses moría antes de cumplir los 10 años, la mortandad de bebés era altísima. A lgunos morían asfixiados por sus padres en la cama. Otros eran abandonados, pues a menudo un hijo más era la diferencia entre la pobreza y la indigencia. Los matrimonios duraban 15 años aproximadamente y terminaban no por divorcio sino por muerte.

Las madrastras proliferaban por todas partes y a que los hombres que enviudaban se volvían a casar con mucha frecuencia. Toda la familia se amontonaba en una o dos camas y se rodeaba de ganado para mantenerse caliente. Los hijos trabajaban con sus padres, casi en cuanto empezaban a caminar, no había tratos preferenciales ni se les consideraba criaturas inocentes.

Así, la mamá de “Pulgarcito” vivía en un zapato y tenía tantos hijos “que no sabía qué hacer”, en los cuentos, los niños son abandonados, devorados por algún ogro, salen a mendigar o a buscar fortuna evitando ser una carga para sus padres.

Una versión que antecede a “La bella durmiente”, el Príncipe, que y a está casado, viola a la princesa y ella tiene varios hijos sin despertar, hasta que son ellos quienes rompen el encantamiento cuando la muerden al momento de amamantarlos. En una versión anterior a “Cenicienta”, la madrastra trata de matarla empujándola al horno pero por error quema a una de las malvadas hermanastras.

El mundo de los campesinos es un mundo cruel, brutal lleno de huérfanos y madrastras, donde hay que sobrevivir: los caminos están desolados y al mismo tiempo llenos de peligros, los lobos aúllan, los ladrones pueden estar agazapados en cualquier lugar. Los viajantes no tienen dinero para pagar una posada y además ahí también corren el riesgo de ser degollados y despojados de sus pocas pertenencias. Sin sermones ni moralejas, los cuentos franceses muestran que el mundo es un lugar cruel y peligroso, es mejor ser desconfiado. La mayoría de los cuentos no están dedicados a los niños, más bien tienden a ser admonitorios.

Nunca llegará a nosotros el dramatismo con el que se contaban esos cuentos: el crepitar de la leña en el fogón, las pausas, los golpes en la mesa, los gestos, las palmadas, las carcajadas o los gritos que produjeron, pero, aunque difuso, alcanzamos a percibir un débil rumor de los miedos y los deseos de aquellos seres aparentemente mudos.

Pulgarcito y otros más
A simismo existen 90 v ersiones de “Pulgarcito”, 105 de “Cenicienta” y otras tantas de “El Gato con Botas”, “Barba Azul”, “La Bella durmiente”. Antes de que Charles Perrault y los hermanos Grimm omitieran las partes caníbales y violentas de estos y otros relatos “infantiles”, para hacer versiones impresas, los cuentos se transmitían de manera oral, en las largas noches de invierno al final del día, mientras los hombres limpiaban sus herramientas y las mujeres hilaban en una rueca.

Eran cuentos para matar el tiempo y el hambre. Los campesinos en los pueblos luchaban para mantenerse en la pobreza y no pasar a la indigencia. La carne es un producto que se consume sólo algunos días al año y la dieta consiste principalmente en caldos hechos a base de agua, pan y alguna hortaliza como nabo, cebolla o col. En los cuentos, los deseos de la gente hambrienta se materializan en comida: en algunas versiones de “Cenicienta”, la madrastra sólo le da de comer pan, mientras sus hermanastras son un par de gordas que haraganean por la casa.

La virgen María se aparece cuando “Cenicienta” está a punto de morir de hambre y le da una varita mágica con la cual puede hacer aparecer los más suculentos banquetes, obvio Cenicienta empieza a engordar (señal de que está saludable) y la madrastra a sospechar… Los personajes de los cuentos (y a sean niños, pícaros, sirvientes, molineros), cuando se les concede algún deseo, piden bollos, un salchichón, todo el vino que puedan beber, papas en leche, pedazos de queso, pan blanco, pasteles o un pollo…

Fuentes:
Por Agencias Madrid, España
Caperucita Roja… y otras historias de terror [Literatura] - 10/05/2015 | Periódico Zócalo
http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/caperucita-roja...-y-otras-historias-de-terror-1431263069